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Educación rural en El Salvador: el reto de pasar de cifras a realidades

La educación debería ser un derecho incuestionable, un camino para abrir oportunidades y construir un futuro esperanzador. Sin embargo, en muchas comunidades rurales, pareciera que la educación se mide con criterios más cercanos a una mercancía que a un derecho humano fundamental.


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Hay que cumplir las metas”, se dice, para que llegue otro docente o para que la escuela sea tomada en cuenta por el gobierno central. Pero, ¿qué significa realmente cuando los niños y sus familias apenas encuentran incentivos para asistir a clases?

En los reportes oficiales, esas metas parecen traducirse en cifras: cuántos niños se inscriben, cuántos reciben uniformes o zapatos nuevos, cuántos logran terminar el año escolar. Sin embargo, detrás de esos números se esconde una verdad incómoda: la ausencia de condiciones mínimas para enseñar y aprender con dignidad.


La escuela de Los Horcones, en Texistepeque, refleja esa paradoja. Desde hace décadas funciona en la misma casa de adobe, con apenas dos aulas, puertas de madera desgastada y ventanas pequeñas que apenas dejan entrar la luz. La escuela más parece sobrevivir al tiempo que invitar a soñar a sus pupilos.


Hoy, los niños pueden vestir un uniforme y calzar zapatos, pero eso no basta para hablar de calidad educativa. Porque la dignidad en la educación no debería sólo sintetizarse en lo que los estudiantes llevan puesto, sino en el lugar donde aprenden, los recursos con los que cuentan y la infraestructura física y tecnología puesta a su alcance.


La calidad no se mide en cifras

El problema no es nuevo ni exclusivo de un gobierno en particular. Es un abandono que viene arrastrándose desde el siglo pasado. Y aquí surge una pregunta clave:¿De qué sirve aumentar las matrículas si no existen aulas suficientes, si un solo maestro debe atender desde parvularia hasta sexto grado, si los niños estudian en un espacio que limita su imaginación y sus posibilidades?


Reducir la educación a una cuestión de cantidad es ignorar que cada niño tiene un nombre, una historia y un sueño. Es olvidar que la calidad no se mide en cifras, sino en la capacidad real de transformar vidas.


La urgencia de un cambio de enfoque

Invertir en infraestructura educativa no es un lujo, es la base. Un aula digna, ventilada, iluminada y equipada abre puertas que van mucho más allá de lo académico. Enseña a los niños que ellos valen, que merecen respeto, que su comunidad importa.

La escuela de Los Horcones merece ser una escuela con esas condiciones: con espacios adecuados, con maestros apoyados, con condiciones que inviten a la creatividad y al aprendizaje. Porque no podemos seguir normalizando lo mínimo, ni confundir la entrega de insumos con una transformación real.


Más que un reclamo

Este no es un ataque político. Es un reclamo legítimo frente a un abandono histórico. La educación en comunidades como Los Horcones no puede seguir siendo un tema pendiente, relegado a la buena voluntad de quienes deciden ayudar. Debe ser una prioridad nacional, una inversión de todos.


Queda entonces una pregunta abierta para cada uno de nosotros:¿Queremos seguir midiendo la educación en números fríos o estamos dispuestos a verla como lo que es: la herramienta más poderosa para romper ciclos de pobreza y abrir caminos de esperanza?

La respuesta no está solo en los ministerios o en las políticas públicas. También está en nuestra capacidad como sociedad de visibilizar estas realidades, de no conformarnos con lo mínimo y de exigir que cada niño, sin importar dónde viva, tenga la oportunidad de aprender en un lugar digno.


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